Poco a poco todo volvía a la normalidad tras el festín de
risas, comentarios y lenguas sibilinas que dejaron olvidadas sus frustraciones
personales por instantes gracias a los escarceos amorosos del viejo patriarca
ibérico y su picha brava.
Desde hacía aproximadamente un mes unos nuevos inquilinos
vivían en la comunidad. Era una pareja de chavales de unos 22 años que debían
pensar que las películas del torete y del vaquilla de los 80 son una
perspectiva y modelo a seguir en sus penosas vidas.
Él se llama Emilio y sus pintas eran dignas de un sicario de
una banda latina en un país carcomido por narcos. Diversos tatuajes se alojan
por su cuello, cómo el de un ridículo tigre mal tatuado que parecía un gatito
que consiguió sobrevivir a la catástrofe de Chernóbil.
Solía llevar pantalones vaqueros totalmente roídos junto a
camisetas anti sistema mientras en su bolsillo lucía un nuevo móvil de la marca
de la manzanita de última generación. Su pelo era una proeza a batir por los
científicos de cualquier marca de champús ya que en ese cuero cabelludo debía
haber más piojos que dólares en una sinagoga yanqui.
Era más bien bajo, diría que de un metro sesenta y cinco
siendo curioso que su pareja fuese mucho más alta que él, supongo que de pequeño
su ingesta diaria de danone no era algo de rigor en su seno familiar.
Ella era el típico perro flauta de postal. Con ello quiero
decir que era una copia barata de cualquier actriz de la serie “Al salir de
clase” que fuese de rebelde, quién no haya visto ese serie puede ir a cualquier
parque español y buscar algún señor con una cinta en la cabeza y una guitarra,
a su alrededor verán unas chicas con ropa de marca y aspecto oscuro, ellas son
nuestras hippy flauticas que nos recordarán a la chica en cuestión: Elisa.
Elisa era una chavalita pelirroja más bien tirando a alta y
con más pecas en sus mofletes que lentejas un regimiento nacional o republicano
en la guerra civil. Sus larguiruchas piernas como patas de alambre me
recordaban al caminar a una tarántula de las que aparecen en los documentales
de televisión española cuando uno quiere tocarse los huevos y reunirse con
Morfeo.
Aun así unos ojos verdes cómo un lago con agua encharcada
denotaban que detrás de esa demacrada y pelirroja figura había la estampa de lo
que en otras épocas fue una chica de clase alta bien nutrida.
Todo esto me hacía pensar que el bueno de Emilio era el
típico chaval de barrio que había tenido la lotería de cazar a una millonetis
por novia y pasar a su siguiente plan: los nenes.
Cosas de la vida gracias a la poca prudencia de Don César
pude enterarme de que él trabajaba cómo autónomo gracias a que su suegro le
había montado una empresa a nombre de su hija dónde él curraría haciendo las
ñapas que aprendió en su FP.
El padre de Elisa era un conocido empresario local que había
hecho fortuna allá por los principios de los 90 con el negocio de los coches
usados, es decir la compra-venta profesional de los mismos. Se especializaba
sobre todo en traer coches potentes desde Alemania u otros puntos de Europa,
pero tras un cambio legislativo optó por cambiar el enfoque de su empresa a
coches clásicos de estar marcas teniendo así un buen resultado.
Sin embargo lo que sabía de Emilio por Isma, el hijo de
Angelote es que se dedicaba al trapicheo de cocaína y pastillas inflando con
ello las cuentas de la empresa de fontanería que había montado su suegro, sin
prácticamente trabajar nada.
La parejita gozaba de sendos bmw´s que a buen recaudo eran
regalo de Don Patricio el padre de Elisa, el magnate de los coches clásicos que
antes describí.
Dejando a un lado la opinión que tenga o no de la gente que
se encuentra con el suegro de los huevos de oro voy a narraros lo que
aconteció.
Durante bastantes días aparecieron de madrugada diversos
condones tirados por el garaje al igual que restos de lo que parecía papelinas
de crack. En este punto prefiero explicarme ya que soy un total desconocido de
este asunto.
Me encontraba siete días antes a los hechos narrados
limpiando un sábado que me aburría el garaje ya que andaba algo sucio cuando
pude observar al lado del cuarto de contadores de agua restos de papel de
plata. Tranquilamente con mi envejecida escoba lo barrí cuando me percaté de
que metros más adelante aparte del susodicho papel había una cuchara junto con un
turulo.
Tonto de mí pensé como un gilipollas que eso sería cosa de
críos que habrían hecho un tira chinas o un tira canutos de los que hacíamos de
canijos en clase. Ya sabéis que es coger un bolígrafo y vaciarlo para meter
dentro trocitos de papel de plata del bocata y lanzarlos a los compis de la
clase.
Dos días después y sólo cagándome en todo por encontrar
condones tirados por el suelo volví al garaje una noche de insomnio para pintar
unos rodapiés que estaban en mal estado. Menos mal que debido al aturdimiento
que llevaba por un buen biturbo de marihuana, abrí la puerta excesivamente
lenta consiguiendo que no chirriase la misma sin hacer el mínimo ruido.
Escuché unos ruidos al fondo del garaje al igual que una
pequeña luz pero pensé que esta sería fruto del reflejo de las farolas del
exterior. Así que me puse tranquilamente a pintar el rodapiés. Una vez que todo
quedo hecho me dispuse a terminar medio porro de hachís que tenía en el
bolsillo superior del mono de trabajo y de paso inspeccionar un poco la zona.
Vi que la luz de antes seguía encendida y lo que antes eran
ruiditos ahora era más un grupo de risitas junto al chasquido de un mechero bic
(sí, soy tan friki del fumeteo que sé distinguir los mecheros desde lejos por
el chasquido de su piedra).
A paso agigantado pero con sumo cuidado me acerqué hasta el
sitio bordeándolo entre los coches aparcados:
- Jajajaja pero no te fumes todo tú dame a mí algo – Era la voz de una mujer que hablaba mientras comía.- Tu tranquila que aquí queda mucha “merca” todavía – La voz de un chavalín que por cómo hablaba estaba fumando, pero debería de ser muy gordo o con problemas pulmonares ya que jadeaba extraño al hablar.
Sin más preámbulo hice lo que más me encanta, salir de una
zancada de improvisto y cómo si fuese Steven Seagal en una de sus 1000
películas gritar:
- ¡A ver niñatos esos porros para mí o me chivo a vues… ¡Emilio! – Pegué un grito impresionado-
Era Emilio con los pantalones
bajados y su culo desnudo apoyado en el maletero del coche de Don César.Y joder no estaba fumando un porro… era crack. El muy hijo
de puta estaba fumando crack mientras Elisa le chupaba la polla (lo que pensé
que era una tía comiendo comida no Frankfurt en vena).
- ¡Pero qué cojones si esa tía no es Elisa! - Dije en voz alta mientras mis neuronas hablaban entre ellas divagando por una solución digna.
- Eyy tío si no pasa nada es un poco de jako con coca - Con la polla al aire Emilio.
- ¿Encima estás fumando heroína mientras tu novia está en casa embaraza de tres meses? – Dato importante que antes no comenté, la buena de Elisa tenía un bollito de crema fecundada en interior del gilipollas este.
- Cuando el coñito de casa está ocupado tendrás que tener el de reserva, ¿no? – Mirando a la putilla que andaba de rodillas entre sus piernas – O bueno, en este caso cosecha Premium – Acariciando la barbilla de la señorita x.
- Bueno, a mí me come los cojones lo que hagas con tu vida pero sé que llevas tiempo haciendo esto, ya encontré restos días atrás, no vuelvas a hacer esto o … - Emilio me interrumpió.
- ¿ O qué gilipollas? – empujándome - ¿Qué me vas a…? – Acercándose más a mi persona
- ¡Croc! – Pegué un puñetazo con todas mis fuerzas en la cara de Emilio cayendo esté contra el suelo tras escuchar un ruido a hueso roto.
Emilio no se movía, el golpe había sido lo suficientemente
fuerte como para dejarle durmiendo. Su amante ni parecía inmutarse, entonces me
di cuenta de todo: al ver su cara fui consciente de que era una de las
prostitutas del polígono que se encontraba antes de llegar a esta zona.
A veces tengo una frialdad insólita y otras en casos
totalmente absurdos o sin importancia soy incapaz de aclararme. Casi siempre mi
frialdad viene asociada a momentos extremos, así que agradezco que mi profunda
subnormalidad solo afecte a campos de mi vida donde la inteligencia no sea un
factor de vida o muerte.
Pregunté a la chica que cuanto le debía Emilio, eran 50
euros. Yo no tenía ni un puto duro pero Emilio sí tenía 100 euros en su
cartera. Le di 80 euros a la prostituta para que se fuese del sitio y otros 20
más para gasolina. La muy cabrona me intento dar un besito pudiendo por suerte
hacer una cobra que ni una pitón a Frank de la Jungla.
Con la prostituta fuera de juego sólo me quedaba el
subnormal de Emilio, que empezaba a jadear y a esgrimir pequeñas quejas cómo:
“ay, ay, ay”. Con eso me quedé más tranquilo ya que la mandíbula no estaba
rota, pero esos pedazos blancos que había en el suelo eran sus dientes rotos
como adoquines contra el parachoques de Don César.
-
¿Y qué cojones hago ahora con él?- pensé en voz
alta produciendo eco en todo el garaje…
CONTINUARÁ